ojala...
Ojalá mi reloj fuera el sol,
ojalá mi ducha fuera el mar,
mi nevera fuera la huerta,
y mi única obligación fuera vivir...
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Este finde he regresado a mi infancia en forma de vendimia.
Para los que no conozcáis el evento os diré que es uno de los trabajos más duros en los pueblos; sobre todo si se realiza todavía por el método tradicional... pero en el fondo ha merecido la pena.
Hace mucho que no veía amanecer en medio del campo sin nada que te impida ver cómo la luz va cambiando con las horas.
Y al menos, aquí sólo hay una cosa de la que preocuparse, muy cansada, pero sólo una.
He vuelto a ver el campo lleno de gente que aprovecha el fin de semana para sacarse unas pelillas... Acabé tan cansado que al volver a casa me senté un rato en la terraza y una tranquilidad que hace mucho que no me visitaba me invadió de lleno...
He podido gozar de nuevo de las combinaciones de colores que sólo a la naturaleza se le ocurre mostrar y que tantas veces hemos identificado reproducidas en diseños, porque nadie como ella combina para producir sensaciones. Tan sólo hay que saber mirar...
Al día siguiente, domingo, por fin llovió y se podía ver a la gente a las puertas de los bares admirando cómo el agua caía, y a las puertas de sus casas... como si fuera un espectáculo largamente deseado.
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